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La Ciudadanía de la Familia

Por: Juan de Dios Larrú * | Publicado: Viernes 21 de agosto de 2015 a las 04:00 hrs.
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La nueva atención pública y política hacia los temas de la familia es un signo de esperanza. Ciertamente no faltan ambigüedades y peligros en esta sensibilidad por las políticas familiares y por la atención jurídica a la familia. Pero indudablemente es una oportunidad para generar una cultura más familiar desde la visión cristiana del mundo.

Esta dimensión social de la pastoral familiar es especialmente importante dado el creciente proceso de privatización que ha vivido la familia desde el iluminismo que, ha debilitado notablemente la presencia pública de la familia. La familia burguesa que se constituye como fin en sí misma, con una lógica interna ajena al ámbito social y que vive en el mundo cerrado del bienestar emotivo no es en absoluto un planteamiento sostenible. Lo que se encuentra en juego en esta dimensión social no es, ni más ni menos, que el bien común y su relación con el matrimonio y la familia. En la encíclica Caritas in veritate, el bien común aparece en estrecha relación con el amor. En este sentido, el bien común no es una cosa buena a compartir, ni una serie de funciones que pueden ser sustituidas por otras instancias, sino que es un bien relacional y operativo. Es un bien que une a las personas en cuanto las trasciende. Esa experiencia del bien común se realiza en al familia de un modo único y privilegiado, en cuanto que es lugar primigenio en el que se experimenta la comunión de personas.

Aunque en ocasiones no se desee reconocer, la familia es y sigue siendo la raíz de la sociedad. La expresión "raíz de la sociedad" es preciso comprenderla no según una analogía biológica, sino sociológica. Para ello es necesario recurrir a una razón relacional y no únicamente a una razón técnica, instrumental o funcional. Esta razón es capaz de descubrir que la familia constituye el bien relacional primario del que depende la realización de la humanidad de la persona y la sociedad. La realidad familiar es originaria y original. Es por ello necesario reconocer el genoma social de la familia y comprender cómo es origen y fuente de la sociedad.

Pierpaolo Donati ha acuñado el término ciudadanía de la familia que adquiere una importancia decisiva en el debate actual sobre la familia. Este concepto implica reconocer que existen derechos-deberes inherentes a las relaciones de la familia, derechos que van más allá de los meramente individuales. La familia no puede entonces ser anulada bajo el imperativo de una indiferencia o neutralidad ética, pues su existencia no depende de una legitimación política arbitraria. Este concepto de ciudadanía de la familia no surge de un planteamiento estatalista sino de uno societario; es parte de un pensamiento que atribuye una prioridad a la sociedad civil respecto al Estado. Se sigue naturalmente de aquí la necesidad de abandonar el modelo asistencialista, en el que el Estado asiste u otorga derechos a la familias. Es necesario caminar hacia un modelo que dé un verdadero protagonismo a las mismas familias. Esto supone elaborar una nueva cultura familiar. Y la historia demuestra que las sociedades en declive han podido levantarse de nuevo sólo cuando han conseguido elaborar precisamente esta cultura familiar.

La familia como una relación social no se puede reducir a un refugio emotivo y sentimental, a una casa aislada o un patrimonio privado. La familia es casa y camino simultáneamente. El fenómeno de la pluralización de las formas familiares no anula este sentido profundo, sino que refleja simplemente los cambios en el ciclo de vida de las familias. Es, por tanto, muy importante activar una serie de factores que promuevan esa capacidad de la familia de ser y generar más familia por medio de la familia.

Desde este horizonte es necesario afrontar también otros temas centrales para orientar la actual reflexión en torno a la familia: se trata de la cuestión de la identidad sexual en la familia. Si el código simbólico masculino y femenino se vuelve confuso, el pensamiento humano se diluye. En nuestra época percibimos cómo el código simbólico posmoderno ha tendido a privilegiar el polo femenino, aunque no en su aspecto de maternidad. Por eso es necesario afirmar que la diferencia sexual no significa división, separación conflictiva ni oposición dialéctica sino capacidad de comunión.

Junto a ello es preciso afrontar también el tema de la generatividad de la relación conyugal. La diferencia entre una convivencia libre, meramente agregativa, que queda confinada en sí misma, y una relación generativa, capaz de generar otras relaciones sociales es enormemente relevante. El paso de una a otra implica la activación de una reflexividad que anida en el matrimonio como bien relacional. Generar a una persona es inseparable del ser generado. Introducir en una relación implica descubrir que la relación es más que la suma de sus términos.

Otro asunto que es necesario promover es el modo en que la familia favorece las virtudes sociales: confianza, cooperación, reciprocidad, solidaridad... La fuerte pérdida de estas virtudes, tanto a nivel privado como público, no se debe imputar a la familia sino a los procesos de modernización que han privatizado a la familia erosionando cancelando su papel como sujeto social.

La emergencia de la familia que vivimos hoy pide respuestas y propuestas audaces. La familia no está superada, sino que es una realidad dinámica vital para que se dé una integración entre la naturaleza y la cultura. A fin de cuentas, se trata de poner de manifiesto que el destino de la familia y el de la sociedad son inseparables, y que solo reconociendo la ciudadanía de la familia podrá realmente nuestra sociedad tener futuro.

Conclusión

En el horizonte del próximo Sínodos para la Familia, se encuentra la cuestión de la fecundidad de la vida de la Iglesia. La cultura contemporánea refleja el agotamiento de la modernidad. El desafío de la pastoral familiar es, por tanto, saber generar una cultura del matrimonio y la familia capaz de superar la fragmentación de la experiencia cristiana. La experiencia humana elemental es el amor recibido y entregado, una iniciativa iniciada que contiene una intrínseca relacionalidad, y cuyo lenguaje propio es el de la narración, pues la identidad de la persona es narrativa y los relatos forman parte de nuestra biografía.

Existen dos ámbitos singularmente importantes para la pastoral familiar en esta dirección: la educación al amor y la familia como raíz de la sociedad. Ambos están íntimamente relacionados. La familia genera educando, pero no se limita a generar individuos aislados sino que genera familiaridad en la sociedad, acogiendo a otras familias, derramando aceite sobre las heridas, acompañando a los hijos y a sus amigos, etc... El hilo conductor que atraviesa toda la pastoral familiar es el dinamismo de la vocación al amor. Esta es inseparable de una consideración antropológica dinámica y dramática.

La lógica de la pastoral familiar ha de ser una lógica generativa, en cuanto que es capaz de generar una vida nueva. En esta generatividad radica el corazón de una verdadera esperanza. La crisis de esperanza es la que asola a Europa desde hace ya algunas décadas. La lógica para superarla es la de la sobreabundancia que aparece en el Evangelio como procedente del mismo Jesús y sus acciones, ya desde las bodas de Caná (Jn 2,1-11).

Si el título de la novela de Francoise Sagan Buenos días tristeza podría simbolizar el ambiente tardomoderno europeo definido como "época de las pasiones tristes" (pues el futuro no se presenta como una promesa sino como una amenaza), el primer milagro de Cristo, como dice Dostoiwvski, va dedicado a la alegría de los hombres. Si no se puede amar a los hombres sin amar la alegría, a la luz de la fe, el Evangelio del matrimonio y la familia es fuente de la verdadera alegría, del gozo que proviene de amar y ser amado para siempre. La alegría proviene del Espíritu Santo, verdadero protagonista de la evangelización y fuente perenne de la fecundidad del amor.

La encíclica Lumen fidei recoge una hermosa expresión de San Justino mártir en la que afirma que la Virgen María, al aceptar el anuncio del Ángel concibió "fe y alegría". Ella, Esposa del Espíritu, inaugura una nueva fecundidad en la familia como Madre del Amor Hermoso. Así aparece en el origen del milagro de Caná introduciendo la presencia de Cristo en las relaciones conyugales y familiares. A ella le rogamos por la fecundidad de la Iglesia como gran familia de Dios, y de las familias como Iglesias en miniatura en la pastoral familiar.


*Extracto del artículo "La pastoral familiar y la fecundidad de la Iglesia a la luz de la Relatio synodi".
Revista española de teología, Universidad de San Dámaso.

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